La Crónica de Guanajuato

Historias DIFerentes; Gabriela y Silvia

Celaya.- Para una niña indígena la canasta que diariamente carga bajo el brazo recorriendo cruceros de la ciudad, esconde más que semillas y chicles para vender.

En un lugar que no conoce y ante un idioma que no entiende, comúnmente tiene que hacer frente a actos de discriminación, invitaciones al mundo de las drogas, abusos, e incluso la muerte de algún familiar; a pesar de estar rodeada de personas, se siente sola y vulnerable, ya que dentro de su inocencia no logra comprender por qué todos la ven diferente a los demás.

El no contar con los suficientes recursos económicos para poder subsistir, así como el encontrarse en situación de calle, puede ser un factor fundamental para que niñas, niños, y adolescentes abandonen sus sueños, sin embargo, existen personas que, a pesar de estar inmersos en una situación de extrema vulnerabilidad, en su camino logran encontrarse con las personas indicadas, y gracias al apoyo que reciben, a su constancia y tenacidad, avanzan con pasos firmes hasta lograr el éxito en su vida.

Originarias de una comunidad indígena en Santiago Mexquititlán, Querétaro, Gabriela y Silvia, junto con sus hermanos, desde muy pequeñas se vieron en la necesidad de realizar actividades comerciales en la vía pública junto con sus padres, ahí entendieron que la vida es difícil, y que para poder comer había que trabajar. Integrantes de una familia sumamente numerosa, y con 10 bocas que alimentar, sus padres tenían que emigrar constantemente a ciudades cercanas en busca de oportunidades de trabajo, regularmente acompañados de sus hijos más pequeños.

Un padre machista y alcohólico, así como una madre sumisa, bajo los usos y costumbres de su comunidad, representaba que, mientras los padres se ausentaban, el resto de los niños quedara prácticamente en el abandono en el domicilio que habitaban en su comunidad de origen; regularmente los más grandes se hacían cargo de sus hermanos, se trataba de niños cuidando niños, por lo que sin tener conocimiento o experiencia, las quemaduras al calentar tortillas en un fogón, las heridas al acarrear leña, o los accidentes ,cotidianamente se hacían presentes en el inmueble.

Cuando se terminaba la comida en casa, y al estar solos, los niños se veían obligados a pedir ayuda con algún familiar, aunque también sabían que nada era gratis, por lo que tenían que trabajar para ellos, a fin de poder ganarse el alimento.

El abandono de los pequeños era prolongado, uno o dos meses cuando la temporada de venta era buena, hasta que un día la tragedia tocó a la puerta de su casa, y uno de los de los niños que permanecían en el domicilio, quien en ese entonces tenía sólo tres años, cayó gravemente enfermo. La inocencia del resto de los pequeños, los imposibilitó para darse cuenta de la magnitud de lo que ocurría, suponían que su hermano estaba molesto y por eso no comía o se movía, con el paso de los días la condición del niño empeoró, esto coincidió con la llegada de sus padres, sin embargo, la comunidad está prácticamente incomunicada, sumamente alejada de algún hospital o clínica, por lo que nada pudieron hacer por salvarlo, y al final murió.

Contrario a lo que pudiera pensarse, esto en nada cambio la actitud del padre de Gabriela y Silvia, por lo que continuaron las agresiones físicas en casa y la adicción al alcohol. Para ellas, las jornadas laborales eran largas, pero sabían que solamente trabajando podrían llevarse algún alimento a la boca; por la mañana bajo un intenso sol, cargando una canasta con semillas y chicles en un crucero, y por las noches durmiendo en una banca de la Central de Autobuses, o en ocasiones, dentro de un cuarto de vecindad donde regularmente eran objeto de ataques por parte de ratas mientras dormían.

El aprender y sobre todo comprender un idioma diferente al Otomí, representó un gran obstáculo para Gabriela y Silvia, sobre todo por el hecho de que a su corta edad constantemente eran presa de actos de discriminación por el color de su piel, su vestimenta, y lengua natal; eran objeto de burlas y señaladas. Sólo tenían 8 y 12 años respectivamente, cuando conocieron el peligro que representa para una niña encontrarse en la vía pública, las invitaciones a consumir drogas y propuestas indecorosas cada vez eran más frecuentes, aunado al riesgo de encontrarse caminando entre vehículos por varias horas, hasta que un día fueron localizadas por personal de la Coordinación de Acciones a Favor de la Infancia (CAFI), del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia, quienes les ofrecieron apoyo psicológico, así como en materia alimenticia, y prendas de vestir para integrarse a un plantel escolar para hacer sus estudios.

Con el apoyo que les brindaba CAFI, los padres de las menores decidieron radicar definitivamente en Celaya con la totalidad de sus hijos, posteriormente la familia tuvo la oportunidad de comenzar a construir una modesta vivienda en un terreno que poco a poco iban pagando. Conforme aprendían el español, las niñas iban avanzando en la escuela, y a pesar de que continuaban siendo objeto de actos de discriminación, ellas tenían una meta fija en la mente: Culminar su preparación para contar con una mejor calidad de vida.

El beneficio no sólo se vio reflejado en las pequeñas, sino en la totalidad de la familia, ya que paulatinamente fueron erradicándose las agresiones físicas producto de la adicción al alcohol por parte de su padre, además de que su madre comenzó a ser independiente, lo que mejoró significativamente la relación familiar, así como la convivencia entre todos los integrantes.

Para Gabriela y Silvia, el apoyo que recibieron por parte de DIF Celaya fue fundamental en el desarrollo de su vida, ya que, ante los actos de discriminación, personal de CAFI trabajó principalmente en su autoestima, por lo que guardan gratos recuerdos sobre la convivencia diaria con niñas, niños y adolescentes que, al igual que ellas, se encontraban atravesando por alguna situación difícil, sin embargo, el trato entre todos era igualitario, lo que en gran medida las ayudó y motivó a concentrarse en sus estudios, así como a no dar mayor importancia a burlas o agresiones.

Hoy en día Gabriela, está por titularse en la licenciatura de Administración de Recursos Humanos, y cuenta con ocho años laborando dentro del área administrativa de un plantel escolar; por su parte, Silvia culminó la licenciatura en Psicología Educativa, además de que desde hace siete años labora en un plantel escolar en el área de orientación educativa.

Ellas, son el vivo testigo de que, con esfuerzo, determinación y dedicación, lo sueños pueden cumplirse, sólo basta con tener el apoyo de las personas indicadas y creer en ti mismo. Esto pasa a diario en Celaya, a la vista de todos, sin embargo, es una historia DIFerente.

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